jueves, 7 de octubre de 2010

Una nueva etapa

En el mundo del fútbol no hay medias tintas. Tanto un jugador como un entrenador pueden ser amados u odiados y no es preciso un largo tiempo para pasar de un estado a otro. Un claro ejemplo es Ronaldinho, ídolo de masas durante su etapa dorada en el Barcelona en la que ganó todos los títulos que le acreditaban como mejor futbolista del planeta. Sin embargo, su última etapa, alimentada por un sobrepeso notable y un descenso en el rendimiento de su juego, le hicieron pasar de héroe a villano en cuestión de unos meses.
 
También se producen casos en sentido contrario. Fernando Llorente, eterna promesa de Lezama, delantero llamado a ser sucesor del gran Ismael Urzáiz, comenzó con un rendimiento cuestionable ligado a la falta de minutos así como el desaprovechamiento de las oportunidades brindadas por el técnico. Pocas temporadas después, se alza como líder del conjunto bilbaíno y campeón del mundo en el Mundial de Sudáfrica. La afición se ha encomendado a él y, en San Mamés, su enorme retrato le destaca como un símbolo del club.

El caso de Ndri Romaric pertenece a este último tipo de cambio. Un jugador fichado con esperanzas y renombre y crucificado por su desacierto y su mediocridad. Condenado por la grada del Pizjuán y relegado al banquillo por un entrenador que consideraba más útil la aportación de jugadores como Zokora, Duscher o Lolo. Cayó al pozo en el que se encuentran aquellos jugadores a los que les produce pavor jugar en sus estadios. Sin embargo, Romaric ha visto la luz. Un nuevo orden en su vida le ha llevado a realizar un inicio de temporada realmente prometedor. Tanto es así que el domingo recibió la mayor ovación por parte de la grada desde que forma parte del club del Nervión. La afición disfruta con él, esa afición que hace unos meses lo condenó y que estuvó a punto de llevarle al Zaragoza. Sin embargo, tras el odio, llega el amor. Un amor tardío  y agradecido para el bueno de Romaric.

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